
Llamados por disposición divina a cultivar el campo del Señor, y apacentar el rebaño cometido a nuestro cuidado por el Príncipe de los Pastores, estamos obligados a velar con atención, según nuestro cargo, para que el hombre enemigo dispuesto siempre al mal, no siembre la cizaña, aprovechándose de nuestro sueño, y para que no trascienda al redil del Señor la contagiosa corrupción de la cual resulte la pérdida total de las ovejas que Jesucristo adquirió para sí con su sangre, y que debemos conservar salvas. Por lo cual, si jamás en tiempo alguno debemos cesar en este vigilante cuidado, mucho mayor debe ser nuestra diligencia, cuanto más grandes y más inmediatos se conoce que están los peligros del rebaño; porque si por nuestro descuido o silencio diésemos motivo a que alguna oveja pereciese, eñ Señor demandaría con total severidad su sangre de nuestra mano.
Seguir leyendo «Pío VII (30 de agosto de 1821): Carta al Excmo. cardenal de Escala, arzobispo de Toledo»